Primer día después de la cura.
Son las 7:00 a.m. y ya los niños están revoloteando alrededor de mi cabeza en el primer piso. Cantan canciones japonesas con las que estoy vagamente familiarizado, y luego comienzan a exigirme que juegue con ellos. Así que lo hago.
Saltando de mi futón… En realidad no puedes saltar de un futón en el piso (tatami para ser exacto), me doy la vuelta y me levanto. Salgo por la puerta principal, recojo el periódico, tomo mis cigarrillos y me encamino al baño, donde puedo leer el periódico y fumar por unos cuantos minutos en paz y tranquilidad.
Después de haber tenido estos pocos minutos, es hora de poner en marcha el desayuno en el segundo piso. Les pregunto a los niños cómo quieren que les prepare sus huevos. "Duros," contesta uno, "fritos," contesta el otro, pero yo les digo que decidan UNA sola forma de preparar sus huevos y yo estaré de acuerdo con lo que sea. Entablan un rápido combate de janken (piedra, papel o tijeras), y Luca, el mayor, gana. Serán fritos.
Huevos, salchichas (no verdaderas salchichas italianas, sino minúsculas salchichitas tipo wiener de Japón), tostadas (no con aceite de oliva y ajo, sino con queso procesado derretido), leche, y café para mí. Es hora de comer, pero para Luca y Lio, es hora de pelear por cada huevo, wiener y rebanada de tostada. Yo grito, y eso los calma. Finalmente comemos.
La próxima batalla. Es martes en la mañana, durante las vacaciones de Obon (cuando los muertos regresan a casa en Japón y tenemos una semana de vacaciones para recibirlos), así que no quiero malgastar el día. "Lávense los dientes y vístanse." Otra vez gano y se van al tercer piso para alistarse. Para mí, son cinco minutos de paz con los que corro afuera al balcón con los restos de mi café, mi periódico y mis cigarrillos a saborear un momento de paz.
"Estamos listos." Bajan corriendo las escaleras y se preparan para jugar en la calle. Me pregunto si ahora me dejarán tranquilo, pero al ver la calle vacía abajo, me doy cuenta de que sin otros niños pronto me harán señas para que me acerque, y yo lo haré con gusto.
Ahora estamos los tres en la calurosa calle de agosto jugando el juego de Obama. Es un juego interesante. Antes se llamaba el juego de Osama (no del tipo Bin Laden). Osama significa rey en japonés y en este juego subes de nivel hasta que finalmente eres el rey. Lo nombramos el juego de Obama después de las elecciones norteamericanas.
Jugamos por aproximadamente una hora hasta que todos estamos bañados en el sudor de Osaka que acarrea la humedad y luego todos acordamos regresar a la casa y al aire acondicionado. Espero que hayamos terminado, pero mi esposa, quien todavía no ha estado afuera en el calor, declara que vamos a ir a Konan, un centro de materiales de construcción del vecindario.
A pesar del hecho de que el calor es sofocante, estoy bastante contento de ir. Quiero buscar un poco de madera para construir estantes en la despensa, llevarme algunas plantas nuevas, una nueva maceta para mi olivo, y comprar cualquier otra cosa que tenga el lugar. Konan es genial, pero ¡montar bicicleta para llegar ahí da un CALOR!
Finalmente ahí, compramos todas las cosas que necesitamos, y las que no necesitamos, y luego nos dirigimos al estacionamiento para comer helados. Desearía que hubiera una cerveza para mí, pero no la hay, e incluso si la hubiese, mi esposa no me dejaría tomar cerveza a las tres de la tarde.
Llegamos a la casa tras la larga subida en bicicleta por hyakuenbashi (el puente de los cien yenes), y justo cuando estoy listo para comenzar a relajarme y beber una cerveza sin importar quién se oponga, decidimos salir otra vez. Esta vez a comprar okonomiyaki que es como... No sé como qué es. Comí okonomiyaki en mi primer día en Japón y me dijeron que era una pizza japonesa. Bueno, no es una pizza, es más bien como un panqueque relleno con repollo picado y rebanadas de puerco. Como sea, es delicioso y lo comemos.
Ah, olvidé algo. Antes de ir a comer okonomiyaki, mis niños deciden que sería divertido ir al sento (baño público) después de comer, así que primero tenemos que buscar nuestra ropa y nuestras toallas. No sé si alguno de ustedes sabe lo que es un baño público, pero en Japón voy a menudo.
Es básicamente un lugar con excelentes baños grandes y duchas a lo largo de la pared. Unas geniales tinas grandes de agua caliente y humeante, algunas adentro y otras afuera, además de saunas y sillas de masajes. Es maravilloso, y si logras aprender a desnudarte con un montón de tipos, pronto aprendes a disfrutarlo, como yo lo hice.
Así que después del okonomiyaki, Luca, Lio y yo estamos sentados hasta el cuello afuera en agua muy caliente. Es maravilloso, pero olvidé la razón real de su insistencia. El baño público al que voy, Shintokuyu, tiene una sala con helados. Así que a pesar de que quiero quedarme y empaparme en el agua hirviendo, salgo y satisfago el deseo de mis niños de comerse un helado. Tengo suerte, sin embargo, porque venden tanto helado COMO cerveza.
Estoy agotado pero en la bicicleta de regreso a casa (aproximadamente 2 minutos) me doy cuenta de que me falta lo más importante para el final de un día genial: MÁS cerveza. Paramos en la tienda, nos llevamos unas cuantas, y nos dirigimos a la casa.
Jugamos arriba en el dormitorio de los niños en el tercer piso. Les cuento una historia y luego rezamos nuestras oraciones. El padre nuestro, el Ave María, y toda una gama de otras oraciones dichas en inglés, italiano, japonés, e incluso latín. Pero no hubiera importado si las hubiera dicho en swahili, ya están ambos dormidos.
Ahora regreso abajo al primer piso, hace demasiado calor arriba para mí. Desenrollo el futón, destapo una cerveza, y leo hasta quedarme dormido. Les he prometido a los niños que mañana iremos a ZA BOOM, que es una gran piscina en un parque de diversiones a unos treinta minutos de mi casa.
¿Suena aburrido? No para mí.
Es en realidad lo que hice el día en que quedé paralizado. Ese día, solo llegué a la parte del futón en el primer piso antes de que comenzara el dolor y corriéramos al hospital, dejando a mis niños preocupados por su papa Y porque no iban a ir a ZA BOOM.
En cuanto a mí, el primer día en que retome mi libertad, deseo volver a vivir el último día sin el dolor que comenzó todo esto (y espero que sin los cigarrillos). Luego quiero terminar mis festividades de Obon y regresar a enseñar y a la unión, y hacerlo de pie.
Eso es todo.
Recuerdo mi primera sesión de rehabilitación tres días después de mi operación. El fisioterapeuta, quien era un tipo realmente amable, me contó de cómo gente en sillas de ruedas subía montañas, buceaba, hacía paracaidismo y viajaba por todo el mundo.
Me dije a mí mismo: "Este tipo está loco." Estaba hablando acerca de mi nueva vida placentera en la silla. ¿Por qué demonios querría yo ir a bucear o hacer paracaidismo desde mi silla? Nunca hice estas cosas antes de quedar paralizado, así que ¿por qué querría hacerlas ahora? Preferiría haber discutido las nuevas curas que están siendo investigadas para la lesión en la médula espinal. En cambio recibí la charla de la “vida en la silla”.
Quizás se trata de validarte o sentirte vivo; de que puedes hacer estas cosas incluso si estás en la silla. Pero yo no necesito estas cosas para validar el hecho de que estoy vivo. Tengo dolores y alfileres y agujas que me recuerdan que estoy vivo. No estoy criticando a aquellos que sí hacen estas cosas. Quizás a ellos les gusta. Quizás ellos antes lo hacían. Quizás lo comenzaron a hacer después de que quedaron paralizados.
Lo único que estoy diciendo es que preferiría pasar mi tiempo tratando de hacer de la cura una realidad en lugar de bajar esquiando una montaña en mi silla. No necesito diversiones, porque la vida en la silla no es divertida.
Cuando me digan que no hay ninguna esperanza; cuando todas las investigaciones demuestren que curar la lesión en la médula espinal es imposible, puede que entonces decida que bucear es algo en lo que realmente debería involucrarme.